En el versículo 8-37, encontramos una hermosa historia desde el principio hasta el fin. Esta llena de gracia y encanto. Notamos que la amabilidad inicial de la mujer Sunamita y su esposo hacia el profeta, era sin esperar nada a cambio. (vs 10) EL pequeño cuarto que este matrimonio le construyó a Eliseo estaba situado en la parte de arriba de la casa, con acceso de una escalera que se ubicaba por fuera de la misma. De esta manera la entrada o salida hacia el pequeño cuarto de arriba sería independiente de la casa. Todo esto era una simple expresión de un corazón hospitalario. No fue la mujer la que pidió algo a cambio del profeta Eliseo; sino que fue él quien propuso a su sirviente Giezi qué se podía hacer por ella. Dios quién escudriña los corazones le muestra a Eliseo el más alto deseo del corazón de la Sunamita. Cuan a menudo bajo la apariencia externa de prosperidad y de bienestar, se esconde un corazón decepcionado y necesitado. Atender estas necesidades ( las del corazón)era la tarea de este ministro de Dios. Al cabo del tiempo correcto de la gestación.
La Sunamita iba a concebir un hijo, el cuál más tarde el profeta le iba a resucitar. (vs 29) El mandato del silencio de parte del profeta a su sirviente no tenía que ver con la velocidad. Muchos ejemplos de esta necesidad de silencio se dan en libros de religión primitiva. En Morocco la palabra “baraka” es afectada por el habla, especialmente cuando se habla en voz alta. Así que para mantener la efectividad del poder era necesario el silencio. (vs 35) La referencia de estornudar no es encontrada en la LXX, y es probablemente un error dado por la litografía. De acuerdo con la LXX, el profeta se estiró el mismo siete veces sobre el niño.
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